jueves, 30 de julio de 2009

Me voy. Me llevan

Carta a mi tía Vicenta

Valencia, 13 de mayo de 2009

Hola tía,

supongo que a día de hoy, la noticia ya habrá llegado a tus oídos. Sí, me marcho. Finalmente, voy a cumplir uno de esos sueños que siempre he tenido presente y que jamás, hasta ahora, me había atrevido a realizar.

En primer lugar, quería disculparme por no despedirme como es debido, pero el tiempo apremia y mañana mismo tomaré el vuelo. Imagino que ya debes saber a dónde voy (aunque no sé si sabes muy bien dónde está). A partir de mañana, viviré en Friburgo. Es una preciosa ciudad de Alemania. Te mandaré algunas fotos cuando esté instalado. Lo cierto es que, por el momento, no tengo un sitio donde vivir. Ni siquiera un trabajo. Pero sabré arreglármelas. Siempre lo he hecho. Pese a todo, siento la necesidad de disculparme por esta despedida, con la que seguro no estarás muy de acuerdo. Prometo volver a visitarte algún día.

Por otra parte, aunque sé que no hay necesidad de malgastar tinta escribiendo esto, me gustaría que cuidases de mi madre en la medida de lo posible. Sabes que siempre hemos sido uña y carne, incluso mucho antes de que papá nos abandonase. Nunca hice nada sin su consentimiento y viceversa. Seguro que mi marcha, a la que no se ha opuesto, aunque tal vez únicamente por verme feliz, le va a provocar ciertos trastornos. Mi ausencia se le va a hacer muy complicada. También a mí no estar a su lado. No tener su cariño. Sus besos. Prefiero no pensarlo.

Eso sí, espero que, de una vez por todas, olvides esa manía tuya de querer emparentarme con la vecina. ¿Te acuerdas? Esa con la que siempre dices que haría muy buena pareja. No te voy a decir que nunca me haya gustado. Aunque sea sólo un poco. Pero nunca he visto que hubiese ninguna posibilidad. Ni tan sólo cuando nos mudamos de piso al que estaba justo en frente, al otro lado de la calle. Ahora que no voy a estar aquí, espero que olvides el tema y te concentres, en lo que a nosotros concierne, en hacerle la vida más fácil a mi madre. Seguro que lo agradecerá.

Prometo seguir escribiéndote, como siempre, aunque ahora desde un poco más lejos jeje

Muchas gracias por todo.

Cuídate.


Nota a mi vecina en el buzón

Hola Arantxa,

seguro que te sorprende que te haya dejado esta nota, pero no quería marcharme sin despedirme de ti. No te preocupes, seré breve.

Todo este tiempo que hemos vivido tan cerca ha sido maravilloso. Si te soy sincero, siempre creí que acabarías perdidamente enamorada de mí, pero ya he podido comprobar que estaba equivocado. Por eso, he decidido que es momento de pasar página y olvidarlo todo. Aunque eso es lo que dice mi mente, porque si pregunto un poco más abajo, la respuesta no se corresponde en absoluto.

Aún puedo recordar perfectamente el primer día que te vi. El primer día que me viste. Tú estabas en la terraza, como siempre. Guapísima. ¿Y por qué no decirlo? Increíblemente sexy. Yo te observaba escondido tras la cortina, mientras tú, de forma pausada, ibas colgando en las cuerdas cada pieza de ropa que había en la palangana. Cuando levantabas los brazos, tu ombligo asomaba bajo la camiseta. Entonces aceleraba el ritmo. De todo lo que vino después no sabría qué destacar. Si el momento en el que comenzaste a tender esa ropa interior tan maravillosa, o el instante en el que nuestras miradas se cruzaron cuando decidí dejar de ocultarme. Tal vez tú lo recuerdes mejor que yo, pero creo que transcurrieron no más de diez segundos hasta tuve mi primer orgasmo contigo. Aún hoy, conservo en la memoria tu cara de asombro. Después te fuiste corriendo.

Pasaron unos meses hasta que finalmente te vi asomar de nuevo por la puerta de la terraza. La espera se alargó demasiado, pero mereció la pena. Para entonces, mi polla era más grande, y tu rostro se adaptó perfectamente a las circunstancias.

Ahora que me marcho, creo que hay algo que debería contarte. Un día, mientras pasaba la tarde apoyado en la pared de mi cuarto, esperándote, tu casa me ofreció una nueva y excitante posibilidad. Ese día descubrí que tu habitación me quedaba también a un golpe de vista. Si pienso en aquel pijama, casi lo puedo tocar. El cielo quiso que fuese verano, y que tu casa fuese tan calurosa. Todo estaba a nuestro favor. Y sucedió. Fueron los cinco segundos más maravillosos de mi vida. El resto fue algo así como un sueño. Tus tetas siguen paseándose día tras día por el jardín de mi memoria. Como si el tiempo se hubiese detenido en aquel precio momento. Aunque tú no lo sabes, aquel día follamos como dos locos desesperados.

Hoy, aún sin verte, lo estamos haciendo por última vez. No quería marcharme sin dejarte un recuerdo. Espero que no se corra la tinta... ¡Y encima me ha salido un chiste! Jejeje. No debiste desaprovechar tu oportunidad. Pero ahora ya es tarde.

Hasta siempre Arantxa. Prometo serte fiel el resto de mi vida.


Despedida a mi madre colgada en la nevera.

Hola mamá,

he dejado esta despedida para el final. Sabes que no me gustan nada, por eso he preferido escribirte una carta. A la tía ya le he mandado la suya. Ya sabes. Lo que acordamos. A Arantxa también. Tal y como puedes imaginar, ha sido muy difícil, pero desde luego, no tanto como seguro va a ser decirte adiós.

Tan sólo quería agradecerte lo mucho que has cuidado de mí durante todos estos años. Espero que tú sientas lo mismo. Desde luego, lo he intentado. Sé que la marcha de papá fue muy dura para ti, y que sin duda, la mía lo será aún más. Puedes estar segura de que si me marcho, no es por propia voluntad. Si pudiese, no lo haría. Pero las cosas son así. La razón me es tan incomprensible como a ti. Aunque en el fondo, los dos sabíamos que acabaría pasando. Es injusto, pero no podemos hacer nada por cambiar las cosas.

Siempre te recordaré con aquel camisón rosa que te ponías cuando papá salía con sus amigos a tomar algo. Y desde luego, no podré olvidar jamás aquel día que entraste en el baño a traerme la ropa que había olvidado en la habitación. Mis sospechas se confirmaron. También las tuyas. Supe que fue así, cuando diez minutos después permanecías todavía en el interior del baño, mirando al espejo de reojo. Yo estaba tumbado en la bañera, tratando de disimular, pero finalmente, pensé que era excesivo lavarme el pelo por cuarta vez. Te pedí que me alcanzaras las toalla. Tú te acercaste, haciendo como que no mirabas, y me la diste. Cuando estabas a dos metros de mí, me levanté. Con la toalla enrollada en la cintura. Debías tener toda la escena grabada en la memoria, pues no dudaste un segundo en bajar la vista y hacer pedazos mi último y asfixiado intento por disimular. ¿Y eso? ¿Eso? ¿El qué? ¿Siempre te pasa cuando te duchas? Ehmmm... sí, bueno... a veces... Me temblaba todo el cuerpo. Esbozaste media sonrisa y te giraste lentamente sin perderme de vista en el espejo. Salí de la bañera y empecé a secarme. Traté de olvidarlo todo. Hacer que mi erección se esfumase. Pero fue imposible. Mientras tanto, te bajaste las bragas y te pusiste a mear como si nada. Me mirabas de forma intermitente con la mano en la barbilla. Y sucedió. Cuando te levantaste, me quité la toalla e intenté alcanzar la ropa que habías colocado estratégicamente sobre la cisterna. Te quedaste boquiabierta. Sin decir nada. Al intentar coger la ropa, te rocé sin querer. Llevo años deseando verla así de dura. Me miraste a los ojos y muy delicadamente la tomaste entre tus manos. El primer golpe me sacudió de de los pies a la cabeza. Te arrodillaste y la hiciste definitivamente tuya. ¿Sabes? Me es imposible no masturbarme mientras escribo todo esto. Estoy seguro de que a ti te sucederá al leerlo. Me encantó follarte por detrás con tu pierna izquierda en la tapa del váter. Fóllame como si fuese Arantxa, me gritaste. Si quieres, tenderé la ropa para ti.

Queda tan lejos todos aquello... Espero que algún día esos hijos de puta del centro psiquiátrico me dejen en paz y podamos ser felices de nuevo. Promete esperarme. Volveré.

Te quiero mamá.

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miércoles, 29 de julio de 2009

Viaje a Freiburg

Freiburg im Breisgau, es español Frigurgo de Brisgovia, y en idioma universal Ciudad Libre, es una ciudad situada en el sur-oeste de Alemania. Como característica principal destaca su cercanía a la selva negra: una extensión de bosques de 160 km de longitud y de 30-60 km de anchura (wikipedia), lo que hoy en día resulta un dato difícil de asimilar. Sí, el hombre todavía no ha sido capaz de destruir tal extensión de naturaleza y convertirla en muebles, o lo que es peor: simples cenizas u objetos que ni siquiera tienen una utilidad real. Tal vez tenga que ver con este hecho el nivel de sensibilización medioambiental de su población y sus dirigentes. Valga como ejemplo el barrio de Vauban, en el que las casas generan su propia energía mediante placas solares. Además, la energía sobrante se vende a las grandes compañías. Conclusión: la energía solar no sólo es limpia y gratuita (exceptuando la inversión inicial), sino que a la larga es rentable económicamente.

Si paseamos por sus calles, nos daremos cuenta en pocos minutos de la delicadeza con que ha crecido la ciudad. Impoluta (excepto en tiempos de máxima afluencia turística), rodeada de árboles y plantas que crecen en los lugares más insospechados, y con una arquitectura digna de un cuento de fantasía. Si habéis estado en Praga, seguro que os recordará a ella en muchos momentos. Pero claro, Praga es una gran ciudad europea... ¿Qué tal si le quitamos gran parte de la masa de coches y la cambiamos por una igual de grande pero de bicicletas? ¿Y los grandes edificios? Todos fuera y pongamos preciosas casitas y demás construcciones de pocas alturas. Ahora multipliquemos los preciosos jardines de Malá Strana por mil. Eso es Freiburg para mí. La pequeña sombra que deja el sol al golpear Praga minutos después del mediodía. Ah! Y si os preocupa la cultura, Freiburg también tiene mucho que ofrecer. ¿Qué tal un cine en el que puedas ir a ver una película sorpresa de estreno y que sólo tengas que pagar la voluntad si te ha gustado? También hay música en la calle. Sí, esos tipos que en España salen corriendo cada vez que aparecen las implacables autoridades. La parte negativa es que allí no hacen tanto deporte en horas laborales.

Si hablamos de la gastronomía y recordamos que estamos en Alemania, pues ya sabéis. Salchichas de todo tipo, Chucrut, maravillosos panes de cereales, Bretzel (lo que yo llamo lacitos), Kartoffeln Salat (ensalada de patatas), FlamenKuchen (algo así como una especie de pizza con masa fina), Nusschnecken (un bollito con crema de nueces)... Un poco de todo. Aunque claro, esto sí es claramente cuestión de gustos. Lo que sí es absolutamente incuestionable es la calidad de su cerveza (porque lo digo yo!), sobre todo las artesanales que se fabrican y sirven en el mismo lugar. Visita obligada son las tres fábricas de cerveza que hay en el centro de la ciudad. Suave, ecológica y con un estupendo sabor. ¿Qué más se puede pedir?

La proximidad a las montañas la hacen una ciudad con excelentes posibilidades deportivas. Desde bicicross a ski, pasando por parapente y escalada.

Definitivamente, un lugar maravilloso, accesible y asequible en el que pasar unas vacaciones con grandes amigos, o incluso por qué no, el resto de nuestros días.

Disfrutad las fotografías y no olvidéis apuntarla en vuestra agenda.












martes, 21 de julio de 2009

Freiburg


Llegó la hora. Conquistemos pues otra ciudad. Otro país. Los demonios que se queden en el aeropuerto. No tienen billete. No les dejen subir. Cinco días para un nuevo lavado de cerebro. Cincuenta historias. Trescientas imágenes más. Treinta y dos horas para que comience el espectáculo. 3... 2... 1... Off.

lunes, 20 de julio de 2009

La iba a llamar, aunque quizás, tantas horas al teléfono es un dineral. Y además, para escuchar sus lamentos me lo voy a ahorrar.

domingo, 19 de julio de 2009

Nunca, nunca más te voy a recuperar, porque cuando tú jugabas, yo creía que lo que hacías era bailar.

viernes, 10 de julio de 2009

Una Noche en el Club

Seguramente seríamos los primeros en llegar. Mi marido era así. No soportaba la impuntualidad. Como siempre, esperaríamos durante un buen rato, antes de que aparecieran los Campos, los Antúnez o los Belenguer. Las farolas del jardín del club centelleaban como nunca. A lo largo del camino que conducía hasta la entrada, nos acompañaban, a cada lado, como anunciando la más absoluta lucidez. El coche se detuvo. Escuché un sonido metálico. Pensé que alguna pieza se había soltado, pero pronto advertí que no tenía nada que ver con el Audi. Aquel día, teníamos un nuevo y exótico aparca-coches. Mi marido le cedió las llaves y nos dirigimos hacia la puerta de entrada. Miré atrás por última vez, antes de adentrarme en aquel sórdido lugar, mientras cabizbajo y encorvado, como el reluciente garfio de su mano izquierda, desaparecía tras los cristales tintados del monovolumen.

Poco a poco, la fiesta crecía. Debía esperar el momento oportuno en el que mi ausencia resultase mínimamente incriminatoria. Vi llegar mi oportunidad cuando escuché aquella canción a través del hilo musical. Aquella vez ni tan sólo me molesté en barrer la sala con la mirada en busca de mi marido. Supe con certeza que si no lo era ya, en breves instantes se convertiría en un auténtico mono de feria, buscando la atención de todos y cada uno de los presentes. Si podía destacar una sola de sus cualidades, ésta no era precisamente la originalidad.

Ya en la entrada, y con el camino totalmente despejado, me atravesó un fuerte olor a hierba recién cortada y estiércol que me empujó decididamente hacia delante, sin dejarme volver la vista atrás. Debía estar en la caseta que los aparca-coches tenían habilitada en mitad del pequeño bosque que rodeaba el club. A medida que me alejaba de la entrada, la penumbra iba tomando forma. Tanto era así, que no pude advertir un pequeño agujero cavado en la tierra y me di de bruces contra el suelo. Me levanté como pude. Escupí los restos de naturaleza que habían llegado hasta mi boca, y me sacudí levemente el vestido. Sucia, con la lengua acartonada, y un destello de sabor a tierra todavía en el paladar, reanudé la marcha. Mi corazón empezó a acelerarse. No era miedo. Tal vez sí en parte. Pero la huella húmeda de mi ropa interior no hablaba en forma alguna de terror ni de sombras. Estaba harta de aquel maldito club. De las bobadas de mi marido. De los caprichitos de mis hijos. Del asqueroso aroma a aloe vera de mi casa. Del sexo impoluto. Ahora sentía que, por una vez, mi vida no les pertenecía.

Al fin llegué. Era una pequeña casa de madera algo destartalada. Allí, el olor a estiércol era todavía más penetrante. No, no hablaba en forma alguna de terror ni de sombras. Ni de náuseas. Di con los nudillos en la puerta y esperé. Escuché el tintineo de un juego de llaves, y de nuevo aquel sonido metálico. No. Ni sombras, ni náuseas. La puerta se abrió despacio. El garfio asomó por el hueco. Pude ver su cara, aunque ensombrecida por la tenue luz que bañaba el interior de la casa. Traté de tragar todo el aire que la rodeaba. Mis piernas temblaban. En mi cabeza, Edgar Allan Poe se masturbaba en el depósito de un camión repleto de basura. Algo me estiró bruscamente del brazo, y cuando quise darme cuenta, todo mi cuerpo estaba completamente desparramado por el suelo. Aquel desconocido se sentó a mis pies y comenzó a rasgarme el vestido de arriba a bajo. Volví a aspirar con todas mis fuerzas, como intentando agotar el oxígeno, mientras el roce frío del metal se acercaba lentamente a las profundidades de mi cuerpo. Ahí de detuvo. Se levantó y descubrió su pene, completamente erecto, valiéndose de su propia mano metálica. Me abalancé de un salto buscando con la boca tan maravillosa escultura. Sabía a rancio, a ramas y hojas secas. Y olía a vinagre, cera quemada y un punto de pimienta. No podía parar. La sacaba, la metía. Lamía la punta y jugaba un poco con las manos. Volví a coger aire. Ni miedo. Ni náuseas. Alcancé con mi mano izquierda la huella húmeda bajo el único trozo de tela que permanecía intacto del vestido. Debí morderle, pues el sabor de su miembro comenzó a cambiar y a hacerse más dulzón y empalagoso. Me empujó. Caí al suelo. En un segundo me arrancó completamente el vestido. Me sujetó la mano derecha con el garfio y me la metió entera con la fuerza de un animal furioso. Pensé que iba a perder el juicio. Cada segundo que pasaba mi pulso se aceleraba un poco más, y mi consciencia se apagaba como un cirio a las puertas de la muerte. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte. Mi bendita fiera. Sentí un ligero pinchazo bajo su pene. Recé por ser completamente dominada. Pero su polla me abandonó. No sin antes dejar un ligero rastro de la leche más pura, como marcando el camino de vuelta. El resto lo absorbí y lo paseé con mi lengua por el interior de mis mejillas, mientras un frío aterrador empezó a secuestrarme de abajo a arriba. Grité como poseída. Su semblante se transformó por completo. Tenía al mismísimo diablo a los pies vestido de cirujano, dispuesto a regalarme la intensidad, la purificación. A desgarrarme sin piedad. La sangre tiñó el suelo de la casa. Perdía el conocimiento, mientras el sabor a estiércol se me escapaba por la comisura de los labios y me caía por el cuello. Pude observarlo aún, durante unos pocos segundos, tirado en el suelo, con el garfio empapado de sangre, y con la polla todavía palpitante y tan dura como al principio.

Desde aquí, creo que todavía puedo escuchar el eco que produjeron mis gritos. Cuando llueve, el olor de la tierra y el estiércol que me rodea, invade cada rincón de la caja. Cada uno de esas noches, me masturbo sin parar, hasta que exhausta, permanezco expectante imaginando las abominables dimensiones del placer en el quinto círculo del infierno.

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lunes, 6 de julio de 2009

El suelo está húmedo, mugriento. Un hedor inclasificable se ha instalado en mi nariz. Trato de respirar. Me incomoda. El hedor. La falta de oxígeno. Esta mañana, al despertar, descubrí que había vuelto a caer. Ahorcado por un tirabuzón. Amarrado al pasado con un ancla en la que se acumulan recuerdos como crustáceos imposibles de arrancar. Abandonado en el pozo sin fondo de su vientre interminable, me presiona sin piedad el espeso aire que se acumula sobre mi cabeza. No puedo luchar. Esta vez no. Y los que estáis ahí afuera... Si supieseis lo que os espera, tal vez no amariais tanto. Sergio, Ian. Si alguna vez habéis creído encontrar algo en lo que creer, me dejaré llevar por la oscuridad que me llena, y me ahueca el alma. Seguro que ahí arriba la cerveza no es tan amarga. Ni las canciones tan frías. Ni la soledad tan sedentaria. Seguro que todos han aprendido algo. Que todo es una broma, tal vez. Si al menos fuese invisible... Pero este agujero es cada vez más grande y más transparente. Aunque opaco por dentro. Y pese a todo, ahora no quiero salir. Sobre mí, la salida de este pozo, como una estrella inalcanzable, me reclama. Pero mis brazos no llegan. Mi alma no puede. Mi cuerpo se pudre. Si al menos pudiese volver atrás... No, no serviría de nada. Volvería a escuchar el canto fúnebre de las sirenas marchitas. El sonido mortecino de tres décadas casi pérdidas. Sin saber qué busco. Ni cuando hacerlo, ni dónde encontrarlo.

domingo, 5 de julio de 2009

La Camarera de tus Sueños

Me vi mirando hacia arriba, observando una a una las caras de todos aquellos sementales que, de un momento a otro, derramarían sobre mí su leche templada. Una tras otra, las iba agarrando, tratando de mantener el equilibrio. Todas debían estallar a la vez. Yo encendería la mecha, y ellos se encargarían de controlar la eyaculación hasta el momento preciso. Entonces entró mi madre. Tras un minuto de indecisión, pensé que lo mejor sería chupar con más energía. Como si no pasara nada. Todos parecían disfrutar de la escena. Enloquecían mientras se masturbaban viendo cómo me relamía, y sintiendo la presencia de mi madre a sus espaldas. Nunca supe como terminaba aquella historia. Cierto es que ella entró. Pero a despertarme. Había olvidado poner la alarma y llegaba más de una hora tarde al trabajo. Aquel día tenía una cita importante. Siete de los más altos cargos de la empresa me esperaban para una reunión de seguimiento, que se había retrasado por mi culpa. Evidentemente, la reunión fue un desastre. Aunque no puedo decir que lo pasase mal. Sobretodo cuando simulé tener una urgencia y me escapé corriendo al baño del edificio. No sé lo que pensarían, cuando diez minutos más tarde, me vieron aparecer con aquel sofoco. ¿Se encuentra bien, srta. Reyes? Sí, respondí, mientras intentaba camuflar mi sonrisa bajo otra algo menos delatora.

Desde entonces no pude dejar de pensar en ello. En los cafés, en el metro, en la oficina. Cada vez que veía a mi madre. Descubrí que no era la única persona con aquella fantasía. Bukkake: 774000 resultados en google. Tenía suficiente material como para masturbarme el resto de mi vida. Cada noche, me acariciaba arrodillada en la habitación, mientras sostenía aquel vaso lleno de leche condensada. Cuando quedaban más o menos tres minutos para que el vídeo terminase, aumentaba el ritmo de mis dedos. Poco a poco, derramaba el vaso sobre mí, hasta que me corría junto a los últimos que lo hacían en la pantalla, y me untaba la leche condensada por todo el cuerpo.

Aunque inconscientemente, debí creer que aquello saciaría mi líbido, pero nada más lejos. Meses más tarde, decidí que debía dar rienda suelta a mi fantasía. Descarté de entrada la posibilidad de hacerlo con conocidos. Demasiado arriesgado. Lo mejor sería poner un anuncio en alguna página de contactos. En tan sólo unos días, había recibido cientos de visitas, y había casi cincuenta hombres decididos a apuntarse a mi fiesta. Escogí uno de cada país. Quería beberme a la humanidad.

Un mes más tarde, volví a mirar hacia arriba. Aquella vez era real. Una negra, una blanca... Cada una diferente a la anterior, pero todas ellas con un tesoro escondido. Me movía en circulo recorriendo aquel maravilloso escenario, en el que una masa de figurantes me elevaban al papel protagonista. La copa de brandy permanecía intacta en aquel suelo repleto de pies desnudos. Aquella noche, sentada sobre el sybian, yo dirigía la orquesta. La última interpretación se situó entre el sueño y mis noches de fantasía que lo sucedieron. Aunque fue imposible hacer que todas aquellas pollas me regalasen su leche al mismo tiempo, me corrí varias veces mientras nadaba en aquel mar de esperma multiracial. Mientras recorría mi cuerpo expandiendo sobre él toda la viscosidad de mi premio, y bebía mi más que merecida copa de brandy blanco. Tuve la impresión de estar flotando en las nubes.

Hace ya algunos años de todo aquello. Nunca he vuelto a repetir, aunque no descarto hacerlo. Fue la experiencia más satisfactoria de mi vida, pero tiempo después de que tuviese lugar, llegué a la conclusión de que tal vez aquélla no era mi fantasía real. Recordé casi haber muerto de placer, pero descubrí la forma de morir inevitablemente. Sí, exacto. Descubrí que un director de orquesta sin su batuta, es como un bukkake en el que no abre la puerta la camarera de tus sueños.

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