martes, 21 de abril de 2009

Microrrelatos 2008/2009 (I)

Aquí os pongo algunas de las pocas cosas que he escrito últimamente... Y es que una mala época la pasa cualquiera. Y a mí me sabe peor que a vosotros, os lo aseguro. Ahí van unos cuantos microrrelatos:

Mientras pueda verte

Salvo quizás, por esa casi imperceptible gota de sangre seca en el foco de la cocina. O por la implacable huida de aquel valiente cobarde al que no tuve tiempo de alcanzar. De no ser por el silencio sepulcral que sin tu risa, baña cada rincón de lo que fue mi sueño más placentero, juraría haberte visto sonreír. Mis ojos se empañan. Las mariposas de mi estómago resucitan al comprender que jamás habrá más obstáculos. Sirvo dos copas. Brindemos por la eternidad. Vuelvo a ver tu cabeza deslizándose hasta el suelo. Lo siento. En realidad, tan sólo quise partirte las piernas


Mi Buen Samaritano

La que siempre lucía antes de que los bombardeos acabasen con él, era una chaqueta desgastada de color militar. Con ella paseaba por Kabul antes del regreso de los soldados. Ahora, llena de paradoja, descansa en mis brazos mientras lloro la pérdida de mi buen samaritano. Me quedaré en el país unos días y volveré. Ya no importa que sigan muriendo. Mi trabajo ha terminado. Fin. Quizás a causa de mi imaginación, o de un delirio sembrado de culpabilidad, pero lo cierto es que esto nunca ocurrió. Sólo es un sueño. Un sueño que me asalta cada vez que me secuestra mi sofá de piel, mientras consumo habladurías intentando recomponer el mundo.


Nunca Más

Él, lleno de ardor y desprecio, pensaba en el final. Ella, ansiosa, esperaba una respuesta en el pasillo. Su visita estaba siendo fugaz pero intensa. Todo era una farsa. Un amor fingido con una única intención: acostarse con él. Pero no pudo más y, finalmente, confesó. Le había hecho creer que tenía una terrible enfermedad para mantenerlo encerrado en su habitación durante más de cinco años. Que sus padres continuaban con vida al otro lado de la puerta. Sólo por ocultarle lo que ocurría afuera. Entonces entendió el porqué de tanta insistencia. Juró no volver a tocarla jamás, aún sabiendo que no quedaba nadie en ningún rincón del planeta.


Finales

Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. Como cada noche, sentado al pie de la cama, me dispuse a leerle un cuento a Elena. Nunca pedía ninguno. Conocía perfectamente sus gustos, y ella prefería que la sorprendiese. Antes de terminar, me cerraba el libro y, tras un fuerte abrazo, me obligaba a abandonar la habitación. A la mañana siguiente, en cuanto asomaba el sol, saltaba de la cama y venía corriendo a buscarme. Embobado escuchándola, descubría cómo su sueño había reinventado el final. Ahora, apoyado en la mesa de la cocina, pienso en lo mucho que me hubiese gustado poder saber cómo termina El Mago de Oz.

Entre montañas de migas

Cerré la puerta despacio sin hacer ruido. Prefería no compartir con nadie mi botín. Al principio también me pareció un lugar estupendo. La casa estaba muy descuidada, y había alimentos por todas partes. Pero un día supe que algo no iba bien. “Aún hay comida. Saldremos mañana.”, decían los holgazanes. Uno de esos mañanas no pudieron salir. Sus provisiones se agotaron, y en pocos días todos murieron. Orgullosa, conseguí sobrevivir al desastre, e incluso volver a ver la luz. Seguí construyendo montañas y montañas de migas, pero el lugar se hizo cada vez más grande, hasta que un día las paredes del hormiguero se me vinieron encima.


No hay comentarios:

Publicar un comentario