sábado, 16 de mayo de 2009

La piedra filosofal

Lo mejor sería ir a por el destornillador. La última pieza necesitaba un ajuste antes de poder dar por terminado aquel ser metálico. Era mi obra maestra. El cuadro que todo artista querría haber pintado. La envidia sembrada de la historia que cualquier escritor desearía imaginar. La correspondencia que cualquier amante anhela, buscando escapar de su propia isla. Antaño pinté. Imaginé. Envidié. Aquel día hice el destornillador a un lado y cesé en mi anhelo. Había terminado. La extraordinaria visión de aquella gigantesca criatura me sobrecogió. Bajé la cabeza. Avancé hacia él. Lo abracé. Su tacto era frío y eterno. Tal y como había diseñado nuestro inquebrantable amor.

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