domingo, 2 de agosto de 2009

Ida y Vuelta en Espiral

Un día te levantarás y decidirás que ya es suficiente. Que ésa será la última vez que esas sábanas, mugrientas y arrugadas tras cuarenta interminables noches, se despeguen con rabia de tu cuerpo. El desayuno te sabrá como nunca. Ni mejor, ni peor. Diferente. Pensarás en la cara de tus compañeros, de tu jefa. No te importará demasiado. Tratarás de arrancar el coche para ir a la oficina. No querrá. Irás andando. Encenderás tu reproductor. Aunque el camino se hará más largo, y llegarás ya treinta minutos tarde, trazarás una ruta distinta a la que solías acostumbrar. Entrarás con media sonrisa. Te sentarás en tu mesa. Echarás una ojeada a todo, antes de comenzar a guardarlo en una bolsa de plástico. Entonces, tu compañero de enfrente te mirará asombrado. Tenía que ocurrir, dirás. Hará como que no se extraña. De hecho, si alguien tenía que hacerlo, ese eras tú. Pero no habrá pensado que podía haber llegado ya el día. Descolgarás el teléfono. Tu jefa aún no habrá llegado. Tomarás un café mientras la esperas. Como nadie lo sabrá todavía, no tendrás porque hablar de ello en la cocina. El fin de semana bien. Uf, ya sabes, mucha fiesta. Encogerás los hombros. Tus compañeros te envidiarán. También los que parecen no querer demostrarlo nunca. Sin saber que, la gran mayoría de las veces, tú también lo haces. Incluso, cuando la locura es más grande que tú, a los que tienen niños. Media hora más tarde irás en busca de tu jefa. Acabará de llegar. Te hará volver sólo diez minutos más tarde, tras repetirle hasta el infinito la importancia de lo que has de comentarle. Ella tampoco lo esperará. Aunque tal vez el día siguiente cambie de opinión. Ni siquiera tratará de comprar tu voluntad. Es inútil, pensará. Querrá que des por terminados todos tus asuntos antes de irte. Le dirás que no hay tiempo. Que zanjarás todo lo que sea posible por correo electrónico y que, de forma inamovible, a media mañana abandonarás el edificio. No podrá hacer nada. Te dejará marchar a tu puesto. Si supiera cuáles son mis asuntos, me invitaría ella misma a marcharme. Pero no sabrá nada. Tres mensajes y el camino estará despejado. Ha sido un placer trabajar junto a vosotros. Espero que la vida os trate bien. Saludos. Hola a todos, esto que os voy a decir os sorprenderá un poco, pero sé que sólo un poco jeje. Me voy. Dejo el trabajo y me marcho. Aún no sé a dónde. Haré la maleta y me iré al aeropuerto. Cogeré el primer vuelo internacional para el que pueda comprar billete. Ya os iré comentando. No le digáis nada a mi familia. Tengo una semana para pensar cómo hacerlo. Tranquilos, estaré bien. Os quiero. Gracias por todo. Hola, sé que a lo mejor no te importa, pero me voy. Aún no se dónde. Ya veré. Cuídate mucho. Todavía te quiero. Hasta siempre. Tratando de aparentar cumplir, al menos durante el tiempo que te costará salir por la puerta, la promesa que hizo tu lengua a traición en el despacho de tu jefa, agotarás un par de horas revisando las páginas web de las compañías de bajo coste. París. Londres. Praga... No. Ibiza. Hamburgo. Barcelona. Edimburgo... Casi todos esos lugares te aburrirán ya. Aunque nunca habrás ido. Tokio. Nueva York. Viena... Bah. Sólo una hora más. Estambul. Atenas. Venecia. Media hora. No importará. Harás como que vas al baño y desaparecerás sin dejar rastro. El sol te golpeará en los ojos. Te sentirás libre. Saldrás corriendo para llegar a tu casa cuanto antes. Llenarás una maleta. La más grande. Esa vez te asustará no llevar suficientes cosas. Mirarás la casa antes de cerrar la puerta. No sé si llorarás. Cogerás el metro, y en veinte minutos llegarás al aeropuerto. ¿Cuánto? ¿Doscientos cincuenta y tres euros? Está bien. Déme ese. A las doce y media ha dicho, ¿verdad? Dos, tres... humm cuatro horas... cinco, seis... siete... No sé. Finalmente llegarás a tu destino. Lo primero que harás será buscar un hostal para pasar la noche. Cerca del centro, pero con poco ruido. De no ser así, decidirás seguir buscando. Treinta euros por noche. No está mal. Decidirás quedarte todo el día en la habitación. Saldré mañana, te dirás a ti mismo. Los primeros días te sentirás fuera de lugar. No te sorprenderá. Aunque deberás admitir que pensaste en algo más suave. Poco a poco te acostumbrarás, y finalmente decidirás que es hora de empezar a moverse. Te apuntarás a clases de inglés. O de alemán. O vete tú a saber, tal vez de chino. Harás cálculos. Podrás aguantar varios meses sin tener que trabajar, y sin agotar tus ahorros hasta el último céntimo. Suspirarás. Un mes más tarde acontecerá el primer evento al que alguien te habrá invitado. Casi con total seguridad, un compañero de clase. En el mejor de los casos, alguna compañera. O tal vez la joven e inexperta profesora de la academia. Al acostarte, tras la fiesta, pensarás que todo marcha bien. Sonreirás. Dormirás como nunca. Tal vez el día siguiente, incluso tengas ganas de ir a clase. Ganas de verdad. Tres meses más tarde tendrás algo así como un par de amigos, los cuáles ya eran amigos entre sí antes de que tú llegases. Tal vez será también un gran día, cuando conozcas a María. O a Paula. O a Bea. Pero será más grande todavía si consigues que se repita. Si algún día te mira, te sonríe y te da un beso. Si te acuestas con ella. Si te presenta a sus amigas. Si el tiempo comienza a transcurrir más deprisa, pero dejando tras de sí una estela más larga y pronunciada. Si te dice que te quiere. Que quiere vivir contigo. Que acepta tu excentricidad tal y como es. Si te dice que ella también tiene sus cosas. Serás feliz. Al menos por una vez en la vida. Andarás por la calle creyendo saber algo que los demás no saben. Mirando al cielo. Apreciando detalles que nunca observaste. Olvidando otros. Pensarás en lo mucho que te gustaría pasar el resto de tu vida sin más cambios. Creerás que así será para siempre. Un verano, compraréis unos billetes para visitar algún lugar romántico. Con tres meses de antelación. Dime cuánto te costaron y te daré mi parte, te dirá dos meses más tarde. Da lo mismo. No hace falta. Insistirá y tendrás que decírselo. Algún tiempo después, seguramente seguirás pensando en ella. En lo mucho que te gustaría que no se hubiese marchado. Para entonces, seguro que ya tendrás un trabajo en dónde quiera que estés. Lo mirarás de reojo, y acudirás a él regularmente de forma mecánica. Claro, no el día siguiente. Dos días más tarde. Intentando, ingenuamente, hacer evaporar el dolor en veinticuatro horas. Comenzarás a frecuentar algunos bares que no conocías. Y cada noche, una docena de cervezas más tarde, aterrizarás a duras penas en la cama. Empezarán a abrirse seriamente las grietas de tus convicciones. Las mismas que ya tenías casi cerradas. Así que fumarás un poco más que antes. Quince cigarros y dos porros más exactamente. Tratando de llenar de humo cada uno de los rincones de los abismos que no te dejarán ver. Con un diez por ciento más de fortaleza aproximadamente, tus mecanismos de auto-defensa comenzarán a funcionar de nuevo. ¿Y ahora qué? Sentado en la orilla de algún río, observarás fijamente las ondas producidas por las piedras que estarás empujando hacia el fondo. Verás el sol caer. Ese día, probablemente lloverá. Y volverás a casa empapado. Abrirás una botella de vino y verás a la gente pasar por debajo de la ventana. Ajenos a todo. Como si no pasara nada. Los maldecirás ligeramente. En un momento de lucidez, decidirás dormir hasta que no puedas más. Sea la hora que sea. Sea el día que sea. Ya vendrán otros. Pero para entonces, tan sólo verás siempre las mismas calles. Las mismas escenas. Las mismas caras. Las mismas sábanas que cuarenta noches atrás. ¿Cuánto me ha dicho? ¿Ciento sesenta euros? Está bien. En efectivo no, por favor. Con tarjeta de crédito. No, no llevo maleta.

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