lunes, 6 de julio de 2009

El suelo está húmedo, mugriento. Un hedor inclasificable se ha instalado en mi nariz. Trato de respirar. Me incomoda. El hedor. La falta de oxígeno. Esta mañana, al despertar, descubrí que había vuelto a caer. Ahorcado por un tirabuzón. Amarrado al pasado con un ancla en la que se acumulan recuerdos como crustáceos imposibles de arrancar. Abandonado en el pozo sin fondo de su vientre interminable, me presiona sin piedad el espeso aire que se acumula sobre mi cabeza. No puedo luchar. Esta vez no. Y los que estáis ahí afuera... Si supieseis lo que os espera, tal vez no amariais tanto. Sergio, Ian. Si alguna vez habéis creído encontrar algo en lo que creer, me dejaré llevar por la oscuridad que me llena, y me ahueca el alma. Seguro que ahí arriba la cerveza no es tan amarga. Ni las canciones tan frías. Ni la soledad tan sedentaria. Seguro que todos han aprendido algo. Que todo es una broma, tal vez. Si al menos fuese invisible... Pero este agujero es cada vez más grande y más transparente. Aunque opaco por dentro. Y pese a todo, ahora no quiero salir. Sobre mí, la salida de este pozo, como una estrella inalcanzable, me reclama. Pero mis brazos no llegan. Mi alma no puede. Mi cuerpo se pudre. Si al menos pudiese volver atrás... No, no serviría de nada. Volvería a escuchar el canto fúnebre de las sirenas marchitas. El sonido mortecino de tres décadas casi pérdidas. Sin saber qué busco. Ni cuando hacerlo, ni dónde encontrarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario