lunes, 22 de diciembre de 2008

Desorden (versión obsoleta)

Esta obsesión enfermiza va a terminar por matarme. Lo sé. No puedo remediarlo. Pulso el play. Suena de nuevo esa maldita canción. Guitarra. Bajo. Dos compases y entra la batería. No puedo quitármela de la cabeza, incluso ahora que lo único que hace es llevarme de viaje a sitios que nunca volveré a pisar. Esa voz de nuevo.... La odio. Cada vez más. Hay un cuerpo girando en la cocina, al final de una cuerda atada a una viga. A menudo me pregunto como debió ser aquella tarde del dieciocho de Mayo de mil novecientos ochenta. En una ocasión, hablando con una buena amiga, me dijo que los momentos previos al suicidio deben ser los más tranquilos de toda la vida. Que una vez decidido, ya no hay nada por lo que preocuparse. Toda la tarde viendo películas. La verdad es que no sé muy bien qué pensar. Suena lógico, pero no querer vivir no tiene porqué implicar dejar de tenerle miedo a la muerte. Supongo que debe tratarse de una tranquilidad relativa. Hoy es dieciocho, ella se ha ido. Desamor. Me compadezco de él. Le entiendo demasiado bien. Al fin y al cabo, todo el mundo debe haberlo pensado alguna vez. Algunos más convencidos que otros, pero creo que es algo intrínseco a la naturaleza humana. Sentimos tantas cosas, que en un momento dado pueden unirse todas y saltar por los aires. Hace demasiado tiempo, ahora ya no está conmigo. Sí, demasiado... Demasiado tiempo metido en este sitio. Comprendo que ya es momento de abandonar esta maldita soledad que tanto me dio pero que ahora tanto me ha quitado.


Y ahora estoy hablando sin sentido. La vida pendiente de un hilo. Me gustará saber de qué ha servido, si nunca nadie ha entendido. Incomprensión. Sí, supongo que también es un buen motivo. En ocasiones real, otras tantas, tan sólo un refugio para los débiles.


He estado dando vueltas por toda la casa. He encontrado algunas fotos que hace tiempo no miraba. Esos recuerdos parten mi alma. La imagen que se dibuja en mi cabeza es totalmente desoladora. Me recuerda a mi madre, rendida a manos de la nostalgia, observando un retrato de mi padre. Mi alma también se parte. Por ella. A mí no me gustan las fotos. Prefiero la memoria. Tampoco salir en ellas. Supongo que será por si alguna vez alguien como yo las encuentra y se ve obligado a verlas. No quiero dejar rastro. Me gustaría pasar desapercibido. No hay nada que recordar.


Si hubiera encontrado las palabras, ahora no estaría solo en casa. Tan sólo las palabras exactas, pero no pude decirte nada. Me deshago en mil pedazos. La sensación de culpabilidad es insoportable. No hay nada peor que sentir que lo has echado todo por la borda. No pude decirte nada. No pude hacer nada. Y ahora, ya es tarde. Demasiado tarde. ¿Qué puedo hacer si no puedo hacer nada para acabar algo que no acaba?


La canción termina. No me interesan las demás. Vuelvo a poner Desorden y sigo caminando.


He estado leyendo la Wikipedia. Definitivamente, creo que soy un suicida transicional en potencia. Ante ciertas crisis vitales de transición inevitables, optan por el suicidio. Crisis... vital... suicidio. Sí, estoy de acuerdo. Lo estamos, aunque no lo sepáis. Hay quien dice que existen especies de animales que practican el suicidio masivo. No los creo tan racionales. Me resulta más creíble pensar en lo que leí una vez. Esas fobias no son las suyas, son las nuestras. Queremos gritarle al mundo que somos unos auténticos suicidas, pero nos da tanto miedo, que lo camuflamos detrás de un rebaño de cabras o un puñado de lemmings. Y sí, claro, los feligreses también tienen sus formas. Asalta mi mente la maldita obra maestra de Kundera. El vértigo. La seducción por la caída. Intento olvidarlo. Me recuerda a mi mejor amiga. Me pongo triste.


Llego a casa. Abro la puerta. Creo que no hay nadie, mamá debe haber salido. La televisión del salón está encendida. Parece que hace ya un buen rato que terminó la película. Hay un millón de fotos esparcidas por todas partes. Algunas de ellas rotas en mil pedazos, otras, sólo partidas por la mitad. El resto descansa en un montón ordenado sobre la mesa.


Parece que alguien está escuchando música. Creo que viene de la cocina. Sí, conozco ese disco. Atravieso el pasillo persiguiendo las notas. La puerta está entornada. Un hilo de luz se escapa por los huecos que quedan junto al marco. El disco termina y vuelve a comenzar. Decido abrir la puerta y entrar. La escena me revuelve las tripas. Mi alma se hace añicos en una milésima de segundo. Dios mío Ian... tan sólo venía a decirte... que me moría de ganas por volver a empezar... Te quiero...



1 comentario:

  1. La vida a veces necesita cambios radicales,
    sin ellos se encierra en la oscura memoria,
    es el momento de dar un buen salto,
    ahora, abre tus alas, y vuela
    eres libre, eres listo,
    no pienses mal, actúa, para ti, para tu vida.
    Deja de mirar atrás, corre hacia delante,
    cuando llegues a tu sitio... serás feliz.

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