jueves, 4 de diciembre de 2008

No Jugarás

Ya no volverás a jugar, porque créeme, sin manos, a tu edad, por mucho que digan, no es posible jugar. Si eso ocurre, ciertamente, habré fracasado. No quiero volver a escuchar tu risa, tampoco tu llanto. No deseo verte efectuar ni un sólo movimiento más. Yo mismo me encargaré de ello, te lo aseguro. Cuando todo haya terminado, me lo agradecerás. Tú madre debería hacerlo también, pero movida por ese absurdo sentimentalismo, seguro que prefiere acabar conmigo a asumir esta realidad que nosotros mismos nos hemos construido. Ella también te odia, de eso no cabe la menor duda, pero la culpa la mece en una cuna infinita de cuyo vaivén no puede ni quiere escapar. Lo cierto es que al principio no estaba de acuerdo, pero con el tiempo, a base de insistencia y con la pequeña ayuda de aquel frasco de somníferos, logré convencerla. Supongo que debía parecerle demasiado joven. Y sí, bueno... lo cierto es que tantos años de diferencia no es algo que pueda pasar desapercibido, pero en ocasiones, las barreras más fuertes y mejor ancladas, resultan abrumadoramente fáciles de traspasar.

Debo admitir que me sedujo desde la infancia, aún cuando tu padre, quiero decir su marido, todavía estaba aquí. Algunos días, me castigaba a verla contoneándose frente a mí con ese camisón de seda blanca que parecía haber sido confeccionado para albergar únicamente ese cuerpo. Después de desayunar, acostumbraba a darse una larga ducha mientras entonaba alguna de las canciones de su inmenso repertorio. En ese momento, mi líbido se disparaba como una vieja escopeta a la que habían olvidado poner el seguro. Me acercaba en silencio hasta la puerta del baño, para poder, de esa forma, escuchar su maravillosa voz con mayor claridad, y sentirme más próximo a su húmedo y sugerente cuerpo. Me deshacía de mis pantalones lo más rápido posible, intentando no hacer ningún tipo de ruido que la alertara de mi presencia, y tras ello, me masturbaba como un energúmeno con la vista clavada en el espejo que el azar había colocado estratégicamente frente a la ducha. Creo que éste es el recuerdo más maravilloso que conservo de mi infancia. Después de aquello, el sexo ha perdido el sentido por completo. Debía saber perfectamente que la espiaba mientras se embadurnaba con todos aquellos potingues, pero nunca hizo nada por evitarlo. Seguramente por eso, siento que también ella tiene parte de culpa. Tal vez pensó que lo mejor era que descubriera los incontrolables juegos de los mayores de aquella forma, pero lo cierto es que consiguió desatar una pasión enfermiza que nos ha conducido a todos directamente al patético lugar en el que nos encontramos.

Puedes estar tranquila, cada vez queda menos. Tan sólo un instante, y todo habrá acabado para siempre. Sé que no puedes hablar, pero tu llanto ensordecedor me pide a gritos que acabe de una vez con tu lenta agonía. Si no pude mantenerme al margen de los designios de tu madre cuando yacía en su cama completamente inconsciente, tampoco puedo hacerlo ahora con los tuyos.

Ya no podrás volver a andar. La cocina se tiñe de rojo y la escena empieza a asemejarse a lo que tanto tiempo llevo imaginando. No puedo soportar más tus gritos de niña malcriada. No sé a que temes tanto, tu final estaba escrito mucho antes de que lo estuviese el principio. ¿O acaso alguna vez pensaste que podrías tener una vida apacible y feliz? Si no cierras de una vez por todas esa boca impertinente, tu tiempo se agotará mucho antes de lo que debiera. ¡Oh dios mío! Has conseguido hacerme enfadar. Tú te lo has buscado.

Mi trabajo ha terminado. Reposo la cabeza contra la pared, mientras dejo caer mi cuerpo lentamente hasta el suelo. Doy una última calada y arrojo el cigarrillo, todavía humeante, contra tu torso desnudo y aplastado, que sigue buscando entre pálpitos y convulsiones, ese ansiado final que se acerca pero nunca llega. Me duele hasta en lo más profundo de mi alma, pues no quiero hacerte sufrir, pero no tengo fuerzas para propinarte el golpe de gracia. Prefiero observar como te apagas poco a poco y disfrutar de lo que tanto me ha costado hacer realidad.

Empuñando todavía el cuchillo, alcanzo tu mano derecha y la coloco a modo de soga en mi sudoroso cuello. Ahora seremos libres de una vez por todas. Tu madre saldrá a nuestro encuentro, voluntaria o involuntariamente, te lo prometo. Mientras tanto, te estaré esperando al otro lado, mi amor, mi preciosa hija.


No hay comentarios:

Publicar un comentario