miércoles, 3 de diciembre de 2008

Mercedes

Como siempre había soñado desde que tengo uso de razón, me casé con un hombre unos años mayor que yo, y tuvimos todos los hijos que deseamos. Bueno, los que él deseó. Todos ellos eran varones, a excepción de Mercedes que era la pequeña de la casa. Aunque de una manera ciertamente familiar y cariñosa, sus hermanos siempre conseguían hacerla rabiar a causa de su condición de ser ser la única chica.

Los amigos de mis hijos venían a visitarnos con frecuencia. No me disgustaba en absoluto. Mientras ellos hacían de las suyas en cualquier rincón de la casa, yo me sentaba a coser en el salón mientras imaginaba como sería la vida de Mercedes con cualquiera de ellos. De todos, Renato era el que más me seducía. Sabía perfectamente que todo el tiempo que dedicaba a hacerla enfadar de una forma tan inocente, debía tener algún tipo de consecuencia. De ocurrir aquello que yo tanto deseaba, el carácter de Renato haría algo totalmente irrepetible de la vida de mi hija.

Todavía recuerdo el día en que Mercedes, sus hermanos y todos los demás, acudieron a aquella fiesta de disfraces. Mi hermana y yo nos encargamos personalmente de llevar a cabo la transformación. Mercedes estaba realmente deslumbrante con aquel disfraz de Cleopatra.

Lo cierto es que todos volvieron un poco raros de aquella fiesta, sobre ella. Ninguno decía absolutamente nada, y eso que me esforcé para averiguarlo, pero se dejaba entrever en sus caras, que algo extraño debía haber ocurrido.

Un tiempo después, uno de mis hijos tuvo un pequeño desliz, lo que me permitió descubrir que Mercedes y Renato habían tenido una pequeña aventura. Desde el primer instante, supe que había una boda que celebrar. Ella se opuso firmemente, pero no le hice caso. Sabía que en un futuro me lo agradecería enormemente. Finalmente, pese a todas las discusiones derivadas del asunto, la ceremonia tuvo lugar.

Ahora, cuando Mercedes viene a casa, todavía sigue lamentándose por el hecho de que yo mediara para que aquella boda se celebrase. Intento no tenérselo en cuenta, porque a decir verdad, siempre ha sido un tanto quejica. En lo más profundo de mi alma, siento que es infinitamente feliz. Nunca antes había conocido una pareja tan juguetona y entretenida, o al menos eso dicen todos los arañazos que Mercedes me muestra cuando, en ocasiones, se queda a solas conmigo. Además, ¿Qué mejor prueba que ésta? Treinta años después, todavía siguen casados.

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